viernes, 8 de abril de 2011

LA "GUACHAFITA" DE LA FILA EXPRESO

Siempre me pasa lo mismo… ¿Por qué será que la cajera de la fila expreso del supermercado siempre es la más lenta…?

Estoy de compras con el mayor de casa. Hace rato que veo cómo avanza la fila del lado. Hay dos señoras que compraron como si comprar en un supermercado fuera a pasar de moda mañana. Ya una hace rato que se fue. Y la otra doña esperó justo a última hora para mandar  al marido a buscar otro pote de no recuerdo qué, porque estaban a dos por $5.

Me entretengo a ver si el marido llega primero o la cajera termina la suma y cuadra. La de atrás me mira con gesto de impaciencia... y es que esto no se mueve.

Dos cajas más allá vemos a este señor… alto, trigueño, flaco como un espeque. Sobresale entre la gente. Juraría que la ropa que lleva es del “Salvation Army”. No es por nada. Pero la camisa le queda grande. Y el pantalón…. Esa correa así tan apretada le acentúa más su figura, si es que a aquello se le podía llamar figura. Pero no es la ropa lo que llama la atención… Hace rato me estoy tratando de explicar lo que ya otros se están dando cuenta en esta fila que no avanza y en la que -sin haber llegado al punto de las revistas- en algo hay que entretenerse. … Cómo se puede explicar que su carro de compras tenga solamente 10 cajas de espagueti. Cada una con 24 latas. Diez “cajas” dije, …. y medio galón de leche. Digo, no lo critico, porque yo no le rechazo a nadie un arroz blanco con huevo frito, manjar de dioses que una vez en semana no viene mal. Pero desconcierta tanto espagueti con leche.

Avanza la fila expreso. Nos movemos un lugar adelante. Hay cambio de caja.  Ahora sí que nos chavamos. La cajera que se va masca ‘blony’ y tiene las unas “parras”, larguísimas. Debí haberlo advertido antes y no me meto en la fila. Mascar chicle en una cajera es síntoma de que está en las de cogerlo ‘easy’. Parece que la oigo: “hoy estoy en las de que todo me resbale y si le está malo señora, por mí, pssstt. Así que no me venga a joder, que a mí eso me la pela.”

!Y esas uñas,...!, como las de la muchacha gordita del carril de cambio en el peaje. ¡Con razón no pueden marcar los números! Eso de las uñas largas en las cajeras de supermercado lo deben prohibir, porque por marcar un cero, se le resbala el dedo y marca el nueve y después quien termina pagándolo es el bolsillo de uno… ¡que no hay derecho!

El señor de atrás nos dice que la cajera de la fila expreso “es la más lenta, porque es la más bruta”. Suena cruel… pero eso fue lo que me dijo el señor de atrás. El hombre busca aprobación y trato de no hacerle caso. No me gusta la gente confianzuda que le busque conversación a uno con esa clase de comentarios. Hay que aceptar que como buen filósofo de la calle, el hombre es de los que le encuentra una razón a todo. “Lo que pasa es que la están entrenando y claro, la ponen ahí para que vaya cogiendo calle con los diez artículos que tiene que sumar. Si se pasan de diez, entonces se fastidia la cosa…”, insistió.

“Fíjese usted”, me dice, “que la cajera linda siempre está en la caja #1…. Parece que el gerente da las instrucciones: ‘ponme a esa nena ahí cerca de la oficina’. ¿Ve la oficina?”, me insiste. “La de los cristales que no se ven para adentro”. Miré de reojo. No a la cajera de la caja #1, que casualmente tenía una cabellera negra y lustrosa a la cintura, sino la oficina de cristales ahumados en la que me imaginaba al gerente  apartando las celosías plásticas de la cortina interior con la punta del lápiz para espiar la cajera de la cabellera negra y lustrosa a la cintura.


Avanzamos un paso más. Al menos la cajera suplente no masca chicle, ni tiene uñas largas, menos mal. Le da las “buenas tardes” a la señora que antecede a la que  está al frente de mí y que le ha sacado todo un álbum de cupones de descuento y está pendiente a que le honren los precios del ‘shopper’. ¡No puede ser! ¡Señora, por favor, no se ponga con esas que esto es para diez artículos o menos…!

 Y justo cuando estaba a punto de llegar, ¡fuá! ¡Un apagón! ¡Lo que faltaba! Aquello se alborotó. Bullicio de fiesta. A nosotros nos gusta el vacilón y no hay mejor sitio para pasar un apagón que un supermercado. En la claridad del pasillo de salida divisamos al “vecino antillano” –el de las 10 cajas de espagueti y el galón de leche- que alcanzó a irse justo en ese momento loco de contento con su cargamento. Se fue sin saber que lo cogieron de ‘punto’ con los comentarios y los chistes.

“Pasillo 5, Clave 3, mercancía en movimiento”, se oye por los altoparlantes. “Siempre hay un loco”, pienso antes de caer en cuenta de que si no hay electricidad, como es que funciona el altoparlante.


Regresa la luz. El supermercado vuelve a la vida tras aquel par de minutos en la oscuridad que pareció una eternidad. “Llaveeee, llaveeee…”, grita la cajera del lado, como parcelera, por algo de un “void” del cheque  de una señora.
Y nos llegó el turno. Ni las “buenas tardes” me contestaron. Lo que después escuché…  cosa de no creerse:

“No  sé cuál es peor… No me vengas tú a decir… Y la gente se llena la boca hablando de Chávez. Hay que estar allí para ver… Como Raúl Castro en Cuba… ¿Tú crees de verdad que lo está haciendo bien?”, le preguntaba a la cajera con aire de estofona al ‘bagger’, que miraba embelesado aquella cara sin nada de maquillaje –ideal para un anuncio de Clearasil-. El asentía sin decir palabra para no comprometerse, como quien sabe que está pisando arena movediza, mientras como un autómata me colocaba los artículos en la bolsa.

En medio de aquella conversación estaba yo, que no me costó más remedio que mirarlos sin disimulo maravillado por aquella clase de Ciencias Políticas. Es aquellos dos minutos se habló de “socialismo”, “distribución de riquezas” y “dictadura del proletariado”. Hablaron como si yo no existiera. Aclaro, ella habló. Un monólogo sólo interrumpido por el tintineo de la caja, y los latidos del corazón enamorado del “bagger” que estaba “en las babias”. Es más, ahora que recuerdo, creo que nunca me dijo la cantidad a pagar, porque parecían ajenos al mundo. Llegué a sentir que  estaba de más allí.

Salimos . Ahora que paso detrás de la cajera numero #1, que está de espaldas, veo ese ángulo de la niña de la cabellera negra y lustrosa a la cintura. Me doy cuenta que también tiene “lo suyo”.

El mayor de casa esperó prudentemente a llegar a la salida para comentar la escena. Reímos al repasar todo lo que había pasado en esos minutos: el hombre de los espaguetis, el apagón, la cajera socialista y el bagger enamorado  y lo del comentario sexista del vecino de la fila sobre la chica de la caja #1.

Lo pensé… y en ese momento estuve a punto de regresar y darle un cantazo al cristal opaco de la oficina para asustar al Gerente ligón. Digo, por si el señor tenía razón. 

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